lunes, 19 de julio de 2010

Life is unfair I


Life is unfair I

Desde que me levante en la mañana, supe que esta iba a ser uno de esos días.
Esos días en los que salir de la cama es el primero de muchos errores que vas a cometer.

Para empezar estaba lloviendo, cosa que me gusta pero solo cuando sé que va a llover y cierro la ventana antes de irme a dormir.

Cuando me levante, tenía algo muy similar a un nido de pájaros sobre mi cabeza, la humedad hacia que mi cabello se volviera incontrolable (Jamás me ha importado mucho como luzco, pero eso me molesta y mucho) entre murmullos y maldiciones me dirigí al baño, solo para darme cuenta de que no había electricidad, así que tuve que resignarme a bañarme con agua helada, aunque luego me di cuenta después de que el estúpido fusible estaba apagado.

A la hora de vestirme no vi mucho problema, había dejado mi uniforme colgado sobre el pomo de mi puerta y la lluvia no alcanzo a mojarlo, con rapidez me puse la falda a azul oscuro, la camisa de botones y la chaqueta a juego con la primera, mientras me ajustaba la corbata suspiré al ver mi reflejo en el espejo de cuerpo entero, a mis 17 años mi cuerpo tenia ciertas curvas, no las suficientes para ser una modelo pero justo las necesarias para que no me confundieran con un chico de cabello largo, mi altura no era algo de lo que podía presumir, pero me gustaba tener el tamaño apropiado para pasar desapercibida por las calles de Manhattan. Tenía la piel clara, por el hecho de ser mitad francesa mitad americana no podía pedir tener una tez morena y bronceada.
Ver mi rostro era ver el rostro de mi madre, incluso mis ojos azulados parecían ser una copia de las suyos, a pesar de eso, mi cabello no era rubio y lacio como el suyo, sino castaño claro con rizos, igual al de mi papá.

-¡Soul, a desayunar!-terminé de acomodar la diadema negra sobre mi cabeza, la joven del espejo me devolvió una sonrisa. Agarré mi mochila del librero y comencé a bajar las escaleras hasta llegar la cocina.

Lucas Adams era un hombre de 40 y tantos años, cabello color avellana con ojos que hacían juego, lentes gruesos y casi siempre con traje, aunque claro, al jefe de policía no se le ve en ropa de andar en casa, digo yo

-Me alegra verte despierta Simone- hice una mueca al oír mi nombre, desde niña me habían llamado Soul, creo que la primera persona fue mamá, así que al crecer todos se acostumbraron a llamarme así.

-Buen día para ti también papá-enfaticé un poco mi voz, sacando a relucir mi acento francés-Mamá había hecho que aprendiera a hablar francés antes que español, por resultado, me había quedado un acento que daba la impresión de haber llegado hacía poco al país, cuando en realidad había pasado mi vida entera aquí y los más cercano de Francia que había estado era viendo las fotos de su álbum-

Me serví un bol de cereales que debí devorarme en casi 3 minutos por que, como todos los días, habían pasado por mí más temprano de la hora establecida. Le di un beso en la mejilla a Papá, me deseó un buen día y salí corriendo a la puerta principal-No sin antes devolverme a tomar un paraguas en la sala de estudio- La causante de mi apuro no era nada más y nada menos que Brenda.

-Buen Día, Soru-Chan- Brenda Blake me sacaba casi 4 centímetros de altura, tenía el cabello negro corto hasta los hombros, la tez un poco más morena que la mía (Cortesía de las máquinas de bronceado) los ojos tan oscuros como su cabello y con su cuerpo, créeme que aunque usara ropa holgada y llevara el cabello así, a ella no la confundirían con un chico.

-Ya te dije que no me digas “Soru-chan” Es Soul, o en su defecto, Simone-se rió y me dio una palmadita en la cabeza. Si ella no fuera mi mejor amiga, juró que le habría dado un pisotón de los buenos

-Es que eres demasiado linda como para no llamarte Chan-

-¿Podemos irnos?-Abrí el paraguas mientras acompañaba a Brenda a su auto, un Lexus último modelo muy bonito, regalo de sus padres para su ultimo cumpleaños. Contrario a lo que uno puede pensar al ver a Brenda, ella es una buena chica, sus padres son dueños de una empresa de computadoras, por lo que siempre están viajando así que Brenda casi siempre está sola en su casa, O bueno, lo está hasta que práctica mente me arrastra a pasar el fin de semana o yo la arrastro a pasarlo en mi casa.

-Prende la calefacción, me congelo-hice una mueca mientras encendía el nombrado aparato. Luego de unos minutos el calor invadió el auto.

Abrí mi mochila buscando mi más preciada posesión –Okay, Okay, admito que llamar a un cuaderno de bocetos Mi más preciada posesión es un poco extremista, pero a mi parecer, lo es-

-¿Qué dibujara hoy nuestra Artista favorita?-Brenda hizo un chiste, vamos a reírnos todos (Nótese el sarcasmo)

Comencé a mordisquear un lápiz de color negro mientras acomodaba el asiento
-No sé, siento que con la suerte que tengo hoy, muy seguramente se perderá mi cuaderno-Brenda soltó una risita.

- Merci beaucoup-

-Lo siento, es que jamás pensé que llegaría el día en que te vería a ti, La señorita racionabilidad, hablando de suerte y destino-me encogí de hombros ocultando el rostro entre mi cabello, Debía concedérselo a Bren, jamás había creído mucho en eso de la suerte.

Mi vida escolar reiteró lo que dije: La vida no es justa.

Matemáticas: Examen sorpresa, por lo que no estudie y como resultado una F era visible en mi futuro.

Literatura: Pánico escénico antes de hablar frente a todo el mundo y perder los papeles por una repentina ventisca.

Deportes: No sol, así que veinte vueltas al gimnasio.

Llegué al “amado” salón al tiempo que sonó el último timbre, otra razón más para detestar ese día

Caminé lentamente hasta mi lugar dejando que la tensión se escapara de mi cuerpo. Fue cuando caí en cuenta de que el salón estaba ligeramente silencioso, por lo cual fijé bien la mirada en que no había nadie, ni cuadernos ni mochilas.

-Se suspendió la última clase –dijo Brenda desde su lugar, al ver que estaba tan ensimismada como para no notarlo- Me quede esperando por que...no te podre llevar hoy, mis padres regresan y quieren verme. ¡Te prometo que te lo compensare!-

-No te preocupes, está bien-respondí mecánicamente sin ánimo alguno.

No fue sino hasta unos diez minutos después de que Brenda dejara el salón, y posiblemente la escuela también, que recordé que no tenía auto, estaba lloviendo a cantaros y que posiblemente ya no tendría oportunidad de alcanzarlo.

Recargué los brazos sobre el escritorio y dejé caer pesadamente mi cabeza.

Mi vida era un asco.

Sin más que hacer y sin demasiado ánimo como para regresar a pie, tome mis cosas y salí del salón, caminando sin ningún tipo de prisa o interés.
Terminé llegando a la azotea del lugar.

En un buen día era un lugar cálido, perfecto para dejar volar mi pensamientos, pero en un día como este...Era perfecto para un suicidio, de no ser por la malla metálica que dejaba una muerte segura muy lejos de mí.

Recargue mi peso contra la pared junto a la puerta, cerrando un poco los ojos para dormitar un rato y alejar cosas de mi mente.
Cuando sentí por fin que mi mente era liberada de tantas confusiones y se entregaba a un momento de relajación, la puerta se abrió con un chirrido molesto que me trajo de nuevo a la realidad.

Tallé un poco mis ojos debido a la sorpresa, aun sintiendo la presencia de la otra persona. Levanté la vista, logrando que mis se toparan con unos muy negros que me veían con la mayor mezcla de nerviosismo y sorpresa.

Ninguno dijo nada, y, a causa del ardor, no pude ver bien a la persona frente a mí. Solo veía el brillo de su cabello grisáceo con un flequillo al frente.
Era bastante alto, mucho más que yo. Mi visión se aclaró un poco justo para distinguir que era un chico, pálido, vestía una camisa blanca con un chaleco abierto de color negro y pantalones holgados, en la espalda llevaba un estuche de guitarra.
No pude reprimir un grito de miedo que tenía atrapado en la garganta.

Mi vida era un maldito asco.

Si no fuera complicada de por sí, ahora también estaba atrapada en una azotea con alguien que con solo mirarme habían hecho gritar

-¡Simone! ¡Calla mujer tonta!-un escalofrío me recorrió la columna, encima de saberse mi nombre su voz era tan fría que me daba miedo.

-¿Cómo sabes mi nombre?-sus ojos negros me estudiaron de nuevo mientras hacia una mueca de sorpresa

-No le veo la gracia. Te iba a pasar a recoger hoy por que tú me vas a llevar a la casa-en ese momento callé completamente, dándome cuenta de que había metido la pata y hasta el fondo.

En momentos como estos es cuando uno recuerda las moralejas o consejos que los padres dan en ocasiones y que uno suele ignorar con absoluto aburrimiento.

Papá jamás me dio muchos consejos trascendentales o moralejas diarias, pero recordaba una vaga platica de hace unos 3 días que seguramente ignore por andar dibujando en mi cuaderno

-Nate vendrá a quedarse por un tiempo-levanté la mirada del cuaderno mirándole con ojos sorprendidos

-¿Nate?-

-Sí, Nathaniel James, el hijo de Elliot y Alex. Tus padrinos-
Mordisqueé el borrador del lápiz mientras abrazaba las piernas a mi cuerpo

-Cabello blanco, ojos oscuros, solían venir desde Londres a visitarnos cuando eras pequeña-

Ciertamente, tenía muy vagos recuerdos de Nate, pero como no quería tener que soportar algún discurso, asentí con la cabeza y sonreí de la forma más convincente posible.

-También ira a la escuela contigo, así que él es quien te buscara el viernes-


Me golpeé mentalmente por haber dejado olvidado ese pequeño detalle, rápidamente me levanté, limpié un poco mi falda y le ofrecí la mano en forma de saludo

-Yo...como… ¡Hola!-Nate me miró por un segundo, sus ojos pasaban de mi mano a mi rostro. Metió las manos a los bolsillos de su chaleco antes de abrir la puerta, me observo por el rabillo del ojo y sonrió de una forma que hizo que un escalofrío pequeño me recorriera hasta la punta de los dedos.

-Vamos, no quiero que mi guitarra se moje aquí arriba-bajé la mirada mientras sentía el rubor subir a mis mejillas.

Hoy aprendí tres cosas que me van a ser muy útiles:

1. Soy una idiota

2. Nathaniel James me odiaba y yo a él (¿Existía el odio a primera vista?)

3. La vida no es justa

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